Ha pasado el 25 de noviembre, Día Internacional por la No Violencia contra las Mujeres y, con él, todo lo que se monta en torno al mismo: campañas institucionales, cartelería, mensajes dirigidos a las víctimas, a la sociedad, artículos de prensa, programas de radio o televisión, jornadas de formación, etc.

En este afán casi propagandístico, se ha llegado a un punto en el que incluso hay quienes confunden el 25 de noviembre con “el día de la mujer”, el que se celebra en todo caso el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, y no es raro empezar a escuchar que noviembre es el mes de la mujer. Quién lo diría, nuestro mes, un mes de violencia…

Pues después de todo eso, pasado “el mes de la violencia contra las mujeres”, nosotras queremos hablar aquí de algo que se esconde e invisibiliza por parte de las administraciones públicas, de algo que existe pero nadie quiere ver, en el juego del avestruz, con la cabeza bajo tierra. A saber:

Primero.- Las instituciones también violentan a las mujeres en situación de violencia de género.

Segundo.- A veces, incluso, la violencia que ejercen las instituciones es más grave y tiene peores consecuencias que la que les infringe su pareja.

Tercero.- Esto tiene un nombre: VICTIMIZACIÓN SECUNDARIA, o VIOLENCIA INSTITUCIONAL, o REVICTIMIZACIÓN, o… en última instancia: PATRIARCADO, del de toda la vida, del rancio, machista y violento, que usa las instituciones para producirse y reproducirse.

Así, podemos encontrar multitud de ejemplos de esta VIOLENCIA INSTITUCIONAL:

Como los casos de mujeres en situación de violencia en los que, tras considerarse que la violencia no queda probada y archivarse la causa contra su “presunto agresor”, se les imputa a ellas por denuncia falsa. Este hecho contribuye a fortalecer el mito ampliamente difundido del alto número de denuncias falsas en estos casos y viene a servir de escarnio público, como antaño, para disuadir a aquellas ilusas que pretendan denunciar “sin pruebas”. Pero, ¿cómo probar lo que ocurre de puertas adentro, señorías?

El Consejo General del Poder Judicial deja bien claro que los casos de denuncias falsas son más bajos en los delitos por violencia de género que en el resto de delitos y, además, no llegan ni siquiera a un 1% del total. ¿Por qué entonces ese bulo altamente extendido de las denuncias falsas en los casos de violencia de género? Lo invisible, lo que subyace, es que la mayoría de las personas piensa que la violencia contra las mujeres en el ámbito de las relaciones afectivo sexuales ni es delito ni debe juzgarse como se hace. Pocas leyes han generado tanta literatura en su contra, como la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.

Otro ejemplo de violencia institucional lo encontramos en las mujeres a las que, habiendo pasado meses de ser atendidas en un Centro médico por lesiones causadas por una agresión de su pareja o expareja, les llega a casa una carta acompañada de una pre-factura por el servicio prestado, ya que el Sistema Público de Salud no cubre los servicios prestados con motivo de agresión, simplemente porque el personal médico que la atendió “olvidó marcar”, en el parte de lesiones, la “casilla de violencia de género”.

Y como éstos, muchos más. Pero no pretendemos recogerlos todos en nuestro artículo, pues sabemos que realmente serían objeto para un libro u otro tipo de publicación más extensa.

Lo que pretendemos, aquí y ahora, es VISIBILIZAR eso que las instituciones intentan ocultar y que el resto de la ciudadanía elegimos no ver: las leyes, por sí solas, no son suficientes. Y así, a pesar de haberse creado protocolos, recursos, juzgados, etc., quienes tendrían que estar garantizando la protección de las víctimas están también victimizándolas, mal-tratándolas.

Los jueces y las juezas, los y las fiscales, los abogados y abogadas; los y las policías; los médicos y médicas; los y las periodistas; etc., etc., etc., PATRIARCALES:

  • No creen a las mujeres, ni en las mujeres.
  • Están del lado del poder, o sea del lado de los hombres.
  • Miran con ojos patriarcales, escuchan con oídos patriarcales, entienden con mentes patriarcales.
  • Y actúan con todas la de la Ley, ley patriarcal.

Tienen miedo de que les identifiquen como “feministas” o en favor de los derechos de las mujeres, tienen miedo de que les coloquen del lado de la víctima. Ellos y ellas, quieren estar con el vencedor, no con la vencida.

Por eso, entre otras cosas, consideramos que debe exigirse a este tipo de profesionales una formación y sensibilización en perspectiva y violencia de género que vaya más allá de jornadas de 10 horas, que sean de carácter obligatorio y que tengan un sistema de evaluación cuantitativa y cualitativa. Se trata de “limpiar” prejuicios y estereotipos personales fuertemente arraigados en nuestra sociedad y de los que estos y estas profesionales deberían mantenerse ajenos en su quehacer profesional.

Por eso, y porque pocas/os se atreven a decirlo de forma clara, compartimos el vídeo “La última gota”, de Las Tejedoras, y las felicitamos por su trabajo y su valentía, por sacar a la luz lo que nadie quiere ver, y menos en un mes como noviembre, donde la clase política se llena la boca diciendo lo bien que funciona todo. Publicidad engañosa, se llama eso, y conlleva el generar falsas expectativas, falta de responsabilidad profesional y humana, provocar mayores situaciones de riesgo y, en definitiva, ejercer VIOLENCIA INSTITUCIONAL.