Hoy queremos hablar de un país desconocido por la gran mayoría de personas, pero no por las multinacionales y los Gobiernos occidentales que saben de su enorme riqueza natural: la República Democrática del Congo (RDC).

En la RDC hay quien dice que, cuando Dios estaba haciendo el mundo, dejó esta zona para el final y lo sembró de todo lo que le sobraba: oro, diamantes, madera, petróleo y el apreciado coltán, indispensable para toda la tecnología que usamos (móviles, ordenadores, tabletas).

Pero nos detenemos en este país porque se estima que más de medio millón de mujeres han sido violadas en la RDC en los últimos 20 años, el 70% de ellas en sus domicilios; una cifra que convive con otras igualmente trágicas: más de seis millones de muertos y tres millones de desplazados.

Todo este horror tiene un único objetivo: controlar los recursos naturales de la República Democrática del Congo. Por eso, las multinacionales y los Gobiernos occidentales, promueven y mantienen la guerra. Son ellos los que financian a los grupos rebeldes y los que les dan las armas. A cambio, los rebeldes explotan las minas de donde salen los minerales que se utilizan aquí; es decir, los de nuestros móviles, tabletas y ordenadores.

No hay nada mejor que plasmar en unas palabras todo este drama de la guerra en el Congo, para que se entienda con claridad:

Una familia está cenando en su casa. Irrumpe un grupo de hombres armados, viola a la mujer en presencia de su marido y sus cinco hijos, le introducen armas y objetos cortantes en la vagina, obligan a los menores a tener relaciones  sexuales con ella y descuartizan al padre delante de todos cuando intenta evitarlo.” La escena es real, un ejemplo que se ha repetido miles de veces en el Congo en una guerra atroz donde, como tantas otras veces, EL CUERPO DE LA MUJER ES EL CAMPO DE BATALLA.

El sufrimiento no acaba en la violación; ni siquiera en las secuelas físicas que ésta deja de por vida, ya que introducen en la vagina cuchillos, trapos sucios, objetos infectados, piedras… Sigue después, porque una violación es un tabú para la sociedad, que le da la espalda a quien la ha sufrido, incluido su marido, que no suele soportar tal mancha, ni se arriesga a contagiarse de las probables enfermedades de transmisión sexual que su pareja ha contraído.

Nos preguntamos ¿por qué las mujeres son las principales víctimas de la violencia en los conflictos armados?

Porque la mujer congoleña es el centro de la familia. Es la que la mantiene a través de lo que cultiva, de lo que vende… Es esta economía informal la que, durante décadas, ha hecho posible que Congo funcionase. Siempre fueron ellas las que mantenían a sus familias. Gracias a su trabajo, las comunidades funcionaban. Cuando comenzó la guerra, los que la habían planificado sabían que en Congo, para ganar la guerra, había que destruir a las mujeres. Una mujer violada es una mujer enferma. Es que, como decimos, en Congo, el cuerpo de la mujer es el campo de batalla.

En el año 2000, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó su Resolución 1325, que insta a la protección de las mujeres y niñas en los conflictos y, a la inclusión de una perspectiva de género en los mecanismos de prevención, gestión y resolución de los mismos. Pero como se constata en el caso del Congo, no siempre se cumple.

En toda esta tragedia y horror, hay personas que son realmente admirables y de las que no oímos hablar, pero a las que la humanidad debería estarle agradecida. Hablamos del doctor DENIS MUKWEGE, un hombre de 59 años, que es ginecólogo y trabaja en su país, la República Democrática del Congo, probablemente el peor lugar del mundo para nacer siendo mujer.

No es difícil explicar lo que hace este hombre. Él y su equipo han atendido, en su pequeño hospital, a más de treinta mil mujeres -adultas, adolescentes y niñas- violadas, generalmente de forma colectiva, como arma de intimidación y guerra. Incansable, el doctor Mukwege intenta recuperar sus cuerpos y sus almas, sobrecogido por su destino, y exasperado por la indiferencia de su gobierno y de las instituciones internacionales. Es fácil explicar lo que hace el doctor Mukwege. Lo difícil es explicar por qué lo hace en tanta soledad. Desde luego, un hombre al que las mujeres  deberíamos  llevar en el corazón, rebosando agradecimiento.

Otra persona, en este caso una mujer, a la que también debemos recordar y estarle eternamente agradecida es: CADDY ADZUBA (Bukavu, República Democrática del Congo, 1981). Ella lleva toda su vida denunciando la violencia y el saqueo de los recursos minerales que vive su país y, en especial, la situación de las mujeres y niños. Esta periodista, abogada y activista por los derechos de la mujer y la paz, utiliza los micrófonos de Radio Okapi, la emisora de la ONU en la República Democrática del Congo (RDC), para desenmascarar a los poderes e instar, a la comunidad internacional, a que se cumpla la Resolución de Naciones Unidas, a la vez que contribuye con las mujeres víctimas de la violencia sexual a rehacer sus vidas. Está amenazada de muerte.

Nos hacemos eco, aquí, de sus palabras: “El cuerpo de la mujer se ha convertido en un campo de batalla y las violaciones en un arma de guerra. Las consecuencias son múltiples y tiene un impacto sobre el conjunto de la sociedad. La familia se desintegra, el tejido social se destruye, la población se reduce a la esclavitud o, simplemente, se ve obligada a exiliarse, dentro de una economía en gran parte militarizada”.

Seamos capaces de pararnos unos minutos, escuchar, leer y pensar que, en muchas ocasiones, al comprar-consumir, debemos reflexionar sobre qué estamos comprando, qué estamos fomentando con nuestra compra, de dónde vienen los productos que consumimos, a quién hacemos daño y, así, no alimentar a multinacionales sin escrúpulos que fomentan la guerra, la muerte de cientos de personas, y las violaciones continuadas a miles de mujeres que luchan por salvar lo que queda de su país.

NO OLVIDEMOS EL DRAMA DE ESTE PAÍS: REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO.