La otra noche se me antojó ir al cine y, entre la oferta de películas, me decidí por la última entrega de Bridget Jones, pensando que me vendría bien un poco de humor superficial para acabar el día.

No obstante, salí de la sala con un nivel de irritación altísimo, rabiosa y con ganas de vomitarle a alguien encima… y es que, o en las anteriores entregas yo era aún demasiado ingenua y tenía mis “gafas violetas” empañadas, o en esta entrega se han esforzado concienzudamente en darnos a las mujeres una buena ración del más puro y retrógrado patriarcado. (probablemente ambas cosas)

Resumiendo valores, la película es heteropatriarcal, racista y clasista. Para este artículo de blog, me centro en algunos de los aspectos heteropatriarcales, porque comentarlo todo me llevaría folios y más folios…

Empezamos la película con una Bridget Jones que se lamenta por sus “carencias vitales”: carece de pareja y carece de hijos e hijas, lo cual la convierte en una fracasada y deprimente mujer. Lo único que hace olvidar a nuestra Bridget del principio de la película sus enormes y desgraciadas carencias es que, por fin, tiene la talla perfecta. Por fin, después de toda una vida a dieta ha conseguido, a sus 43 años, tener el cuerpo ideal. Ufffff… menos mal que tiene esto para contrarrestar sus “carencias vitales” y no terminar cayendo en una depresión.

De esta forma tan aparentemente casual, ya en los primeros 15 de minutos de la película nos recuerdan a las mujeres tres de los mandatos sociales de género a los que debemos pleitesía, puesto que dan sentido a nuestras vidas: la belleza/imagen, la pareja y la maternidad. Casi nada.

Pero ocurre lo que parecía imposible: nuestra protagonista se queda embarazada. Por supuesto, aunque se trata de un embarazo no deseado ni previsto, no se plantea en ningún momento el interrumpirlo. Por el contrario, su mente de repente se reblandece y se torna en una especie de ente mullido y amoroso donde lo único que importa, a partir de ahora, es el bebé que, como no, será un niño, varón. Y es que todas las mujeres estamos deseando ser madres, aunque no seamos capaces de reconocerlo… ¿a qué sí? Porque es lo mejor que nos puede pasar en la vida, lo que dará sentido a nuestra presencia en la tierra, lo que hará que todo valga la pena, etc., etc., etc. (espero que capten el tono irónico de la frase)

Respecto a la paternidad… La película muestra a dos posibles padres que representan dos modelos de masculinidad distintos y que, como no, entran en competición entre sí. Llega un momento de la película en la que da la sensación de que Bridget y el bebé dejan de tener importancia, tomando relevancia el duelo entre varones. Uffffff… millones de cosas se podrían comentar sobre esto y sobre la invisibilidad de la protagonista, sujeta con cuerdas a los vaivenes de los rivales, tal cual marioneta sin vida, pero me decido por una. Y es que Bridget, de entre los dos varones -por supuesto blancos, heterosexuales, ricos y exitosos profesionalmente- se decanta por el témpano de hielo emocional, incapaz de expresar sentimientos (e incluso de sentirlos, diría yo), el polo opuesto e incompatible pero, a su vez, complementario. Porque, como bien nos enseña el patriarcado, los polos opuestos se atraen y hombres y mujeres estamos hechos para complementarnos, a pesar de que esas diferencias impliquen la mayoría de las veces que ni siquiera hablamos un lenguaje común.

Seguimos avanzando… Podría destripar la película de inicio a fin, ya que cada escena es digna de análisis y exposición en un taller sobre perspectiva de género.  No obstante, al tratarse de un artículo de blog, intento seleccionar aquellos elementos que me dieron con más fuerza en la boca del estómago, dejándome sin respiración.

El golpe más fuerte, el ataque directo al feminismo que transcurre en el momento en que Bridget se pone de parto. Primero, tenemos a Bridget sola e indefensa bajo la lluvia, teniendo una conversación interna en la que reconoce que lo ha intentado, pero que se ha equivocado, porque la realidad es que no existen los príncipes azules que la salven… cuando llega él, su témpano de hielo preferido, en su auxilio. Ella misma se re-cuestiona: ¿puede que sí existan los príncipes azules? ¿Qué dicen ustedes, quienes leen? ¿Cuántos príncipes azules han conocido? ¿Cuántas princesas esperando?

Cuando se encuentran Bridget y su amor querido en dirección al hospital, casualidad de las casualidades que sólo ocurre en las películas, hay atasco en la ciudad. Pero ojo, no es cualquier atasco, es un atasco producido por una manifestación por los derechos de las mujeres. Una manifestación organizada por un grupo de mujeres que en la película aparecen como “casi parodia” de las Pussy Riot y cuyo objetivo se resume por varixs de lxs personajes de la película como eso, una manifestación “por los derechos de las mujeres”, al mismo tiempo que se cuestiona: ¿pero qué derechos? ¿es que quieren más derechos, las mujeres?

Y no basta con esa parodia del activismo feminista sino que, además, nuestro querido témpano coge a una Bridget Jones súper embarazada en brazos y, con la música de “Oficial y caballero” de fondo, echa a andar en dirección contraria a la manifestación, llevando a su amada, feliz y sumisa, lejos de ese caos sin sentido que son los derechos de las mujeres.

Guauuuuuuuuuuuu… cómo manejan lo simbólico estos machirulos del cine…

Para finalizar, como no, la película acaba en boda: la de Bridget con su témpano. Y fueron felices y comieron perdices… Empezó la película solterona y sin hijxs, pero con talla de sílfide y terminó, casada, con un hijo, y manteniendo la talla. ¿Qué más se puede pedir?

Yo, disiento.